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Movilización

Enrique Vargas Peña 

09 de marzo de 2001

 

Los coaligados de marzo (argañistas, wasmosistas, radicales  auténticos, encuentristas y católicos) han tardado algo menos de dos años en arruinar  completamente al país, en someterlo a las formas más perversas de  corrupción imaginables y de humillarlo con la ignorancia, incultura y chabacanería de los más altos exponentes del Estado.

        Sin embargo, nadie hace nada esperando que otro de el primer paso.

        En esa espera pueden pasar otros treinta y cinco años.

        Nadie puede sustituir al pueblo en la tarea de conquistar su propio destino. Las experiencias de abdicar de esa responsabilidad para ponerla en manos de alguna organización, por ejemplo el Ejército, solamente han servido para cambiar de amos sin romper las cadenas.

        Los cambios verdaderos y trascendentes, los que tienen posibilidades reales de contribuir a mejorar la situación, son los que se hacen con la movilización de todo el pueblo y no en sórdidas negociaciones de trastienda entre políticos ávidos y militares descontentos.

        Las Revoluciones cubana e iraní, por citar dos ejemplos relativamente conocidos, demuestran más allá de toda duda que cuando el pueblo toma las calles no hay poder en el mundo capaz de revertir el proceso. Ni siquiera Estados Unidos.

        Ni hay ejército, policía o torturadores capaces de atemorizar a la gente.

        Pero ocurre que la toma de las calles por el pueblo no es posible sin un esquema claro que permita reemplazar al gobierno y, lamentablemente, eso no existe en Paraguay.

         La fuerza que en este momento está en posición de hacerlo, paradójicamente, el partido Liberal Radical Auténtico, parece no querer asumir la responsabilidad histórica de liderar el cambio.

         A no ser que la convención de los liberales del 25 de marzo imponga a la dirigencia del partido una indeseada ruptura con la coalición de marzo.

    

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