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Las salidas abreviadas

Enrique Vargas Peña

Las salidas abreviadas, por ejemplo el golpe militar, no siempre son conducentes a los fines con los que se las justifican. La mayor parte de las veces ha ocurrido que caen bajo la lógica de hierro del poder, definida por lord Acton: "el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente".

El golpe militar instaura, por definición, una dictadura, en la que los autores de la acción asumen la suma del poder público. Disponen de poder absoluto y tienden a corromperse absolutamente.

Hay numerosos ejemplos que prueban qué acertado estaba Acton.

El mismo golpe del 3 de febrero de 1989, que se realizó con el fin aparente de democratizar a la República, terminó en el atraco del 27 de diciembre de 1992, con el cual un poder que se había corrompido hasta la médula dijo que, sencillamente, no devolvería la soberanía al pueblo paraguayo.

No conozco excepciones históricas a la regla, aunque, en la teoría podría decirse que una dictadura democratizadora estrictamente limitada en el tiempo podría, eventualmente, llegar a constituir una.

Sin embargo, como trato siempre de atenerme a los hechos, no a las hipótesis, tengo mis dudas acerca de las teorías que no han recibido comprobación empírica.

En general, las revoluciones (en el sentido más profundo del término) no surgen de las salidas abreviadas, sino que son consecuencia de procesos más complejos y prolongados, que no excluyen, por supuesto, el uso de la fuerza.

Procesos que involucran al pueblo, que le obligan a actuar. Los verdaderos revolucionarios son los que salen a explicar al pueblo la necesidad de cambiar y no los que buscan atajos que pasan por alto la soberanía popular.

Sobre esto también hay ejemplos. Numerosos. Importantes.

Las revoluciones inglesas del siglo XVII, que trajeron al mundo la democracia liberal. Cromwell no hizo un golpe militar contra el rey Carlos I.

Lo que hizo fue poner en evidencia cada acto tiránico del monarca y pedir al pueblo un pronunciamiento sobre estos. Fue el rey el que se vio obligado a intentar una salida abreviada para detener el proceso y allí fue destruido, y con él, fue destruida la tiranía, que era el objetivo.

La revolución norteamericana no fue un golpe militar. Fue una larga lista de agravios del rey de Inglaterra, magistralmente enumerada por Jefferson, ante cada uno de los cuales se fueron sentando principios contrapuestos.

Fue el rey quien se vio obligado a buscar una via abreviada y allí fue también destruido.

La revolución francesa tampoco fue un golpe militar. Fue un proceso electoral seguido de un proceso constituyente, en los que la reacción trató desesperadamente de mantener sus privilegios escandalosos.

La reacción fue la que debió recurrir al golpe y allí fue destruida.

En Paraguay está en marcha un proceso que puede dar pie a una revolución. Mucho depende de cómo manejen la situación las fuerzas en pugna.

Las elecciones del 13 de agosto son una oportunidad irrepetible si las fuerzas que propugnan el cambio verdadero en Paraguay son capaces de convertirlas en un plebiscito, no sobre González Macchi, sino sobre el régimen.

Con un pronunciamiento claro del pueblo el 13 de agosto, cuestionando la legitimidad del régimen, la revolución será incontenible. No la podrán detener ni los militares ni los americanos.

En términos de legitimidad, un golpe militar no es sustituto para eso e implica un peligro cierto, no solamente de ser derrotado en su propio campo, sino de bastardear el propósito final de devolver al pueblo paraguayo su soberanía.