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Elecciones en EEUU

Enrique Vargas Peña

07 de noviembre de 2000

  

Se encuentran ya en desarrollo las elecciones para elegir al 43 presidente de Estados Unidos. A la hora de escribir este material, George W. Bush ha triunfado en un pequeño pueblecito del estado de Maine por 21 a 5 y según los sondeos de la agencia Reuters, está a treinta y cinco votos electorales de convertirse en el sucesor de Bill Clinton.

         La jornada, sin embargo, será larga, y las tendencias de los sondeos electorales muestran claramente que Albert Gore se encuentra en una fase de crecimiento mayor que la de Bush, lo que puede convertirse en un batacazo electoral.

         Esta elección, que los norteamericanos perciben apenas como una más del montón, es, en cambio, para los historiadores una elección decisiva para el futuro de Estados Unidos.

         En ella no están en juego tanto los programas para los próximos cuatro u ocho años, sino el modelo de ejercicio de poder, lo que tiene significación inmediata para el mundo, pero también, a mediano plazo, para los propios norteamericanos.

         Aunque Bill Clinton no es el primer presidente norteamericano que ha utilizado el poder de una forma completamente divorciada de la ética, es el primero que ha logrado impunidad por ello, institucionalmente hablando.

         Lo ha hecho por la misma razón por la que los regímenes autoritarios consolidan su poder: porque ha logrado proporcionar al país prosperidad económica.

         La mayoría, en Estados Unidos o en Paraguay, es siempre proclive a sacrificar sus libertades y derechos por un poco más de dinero en el bolsillo.

         La presidencia de Clinton ha sido, en efecto, la que ha amenazado más las libertades y derechos internos de los norteamericanos (con la excusa de la lucha antidrogas y con el perjurio confeso y asumido y “perdonado”) y la que más crudamente ha utilizado el poder imperial en política exterior.

         Más gravemente aún, es la primera presidencia que, en un grado decisivo, ha utilizado su poder imperial en el exterior para torcer la voluntad interna de los norteamericanos (con el financiamiento ilegal de sus campañas políticas).

         La disyuntiva entre Albert Gore y George Bush, por tanto, aún cuando este último pudiera representar solamente una demora en el proceso de aumento del poder presidencial norteamericano, es de tremenda importancia.

         Aquí es cuando se podrá observar, en pocas horas más, si las instituciones creadas en 1787 han sido suficientes para asegurar indefinidamente la libertad o si, como sospecha la mayoría de los historiadores, se trata solamente de un feliz paréntesis en la sórdida historia del poder en el mundo. 

      

   

 

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