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La ola del cambio

Enrique Vargas Peña

Ayer domingo, a las 04:30 horas de la mañana, aproximadamente, se produjo el retiro del Partido Liberal Radical Auténtico del gobierno llamado de Unidad Nacional, por resolución de una amplia mayoría de los convencionales que en dicha organización política representan al pueblo (759 por el retiro, 330 por la continuidad).

A pesar de los pronósticos y las presiones, fueron rechazadas las propuestas de compromiso (El segundo ocaso liberal), las maniobras dilatorias, las maniobras políticas, las amenazas y la convención votó abrumadoramente por el retiro.

Cualquiera que camine por las calles de Asunción o vaya a los poblados del interior de la República puede dar testimonio de la impopularidad insoportable del régimen de marzo y del deseo del pueblo paraguayo de abolir la dictadura.

No hay personaje alguno del gobierno que no sea visto con desprecio por la ciudadanía, no hay repartición alguna de la administración del Estado que no esté envuelta en algún escandalete de prebendarismo y corrupción.

No hay, en fin, índice alguno con el que el régimen pueda justificarse, pues el país ha visto en sus meses de gestión el deterioro constante de todas sus cuentas, de todos los elementos mensurables.

La dictadura ni siquiera ha logrado dilucidar los asesinatos que le dieron origen, más aún, ha sido la encargada de presentar, alentar y defender a testigos falsos que eliminaron las posibilidades de investigación y la que se negó a integrar a ella a organismos internacionales medianamente solventes.

Parece evidente pues que los convencionales liberales simplemente actuaron como representantes de un sentir profundo y extendido de la sociedad e impusieron a los dirigentes del partido una posición que muchos de ellos, artífices de la dictadura, estaban remisos a tomar.

Al cabo de diez meses, los dirigentes del Partido Liberal Radical Auténtico han sido obligados a rectificar el rumbo, que su precipitada entrada en el gobierno ha sido un error y que han fallado en interpretar adecuadamente las necesidades del país y de la organización (Julio Cesar "Yoyito" Franco).

Sin embargo, otros factores consolidaron la tendencia: el ex presidente Juan Carlos Wasmosy está trabajando desde hace tiempo en conquistar el poder absoluto, y Wasmosy ha sido aliado, amigo, socio y, tal vez, financista de quienes desde el Directorio del Partido Liberal Radical Auténtico pedían el retiro (La movida de Wasmosy).

Hay que recordar que Wasmosy es el mayor poder fáctico que opera en el Paraguay desde 1997, trabajando en todos los frentes y que es el enemigo más importante que tiene el proceso de democratización del país (Un fenómeno llamado Wasmosy).

Wasmosy también ha sido aliado, amigo, socio y, tal vez, financista de Domingo Laíno, que encabezó el grupo que pretendía la continuidad del Partido Liberal Radical Auténtico en el gobierno.

La semana anterior, viendo el curso de las acciones de Wasmosy, el presidente Luis González Macchi tomó medidas que afectaron la capacidad de control del ex presidente sobre el aparato represivo-militar, lo que puede haber motivado una decantación de Wasmosy a favor de la tesis del retiro liberal.

Esto no significa que el Partido Liberal Radical Auténtico no hubiera llegado al mismo lugar que al que arribó finalmente, pero implica un riesgo cierto para la ola del cambio que ya se siente en el país.

Hay un elemento que induce a pensar que la decisión de los liberales está ya condicionada por los compromisos de su dirigencia con Wasmosy (Duda razonable): el no cuestionamiento de la legitimidad del régimen (nadie en la convención habló de las violaciones de derechos humanos, de la persecución de periodistas y la vergonzosa instrumentación del Poder Judicial).

Si eso es así, se está ante la posibilidad de ver secuestrado el cambio, nuevamente, como fue secuestrada en 1992 la revolución que pudo haberse hecho a partir del 3 de febrero de 1989.

Esa es la razón por la que, en este momento, es decisiva la importancia del discurso para identificar a los jugadores: los que quieren un cambio real, que le devuelva al pueblo su soberanía suspendida frente a los que quieren, una vez más, usar el cambio de manera oportunista, para seguir timando al país.

La impopularidad del régimen de marzo es tan enorme que confunde a todos, los demócratas y los oportunistas, en un mismo campo. Ese es el riesgo.

Pero es también la evidencia de que hay cosas que no podrán ser evitadas ni aún cuando triunfen los oportunistas.

Y, sobre todo, es evidencia del fracaso sin atenuantes de este intento dictatorial de la podrida oligarquía stronista y católica del Paraguay por restaurar un sistema de gobierno de participación restringida.