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Tregua política

Enrique Vargas Peña

05 de setiembre de 2000

    

Algún obispo de la Iglesia Católica, seguramente munido de esas buenas intenciones que jalonan el camino al infierno, ha pedido una tregua política, el pasado domingo, con el fin de permitir al país enfocar sus energías al desarrollo.

Es evidente que el buen obispo no entiende de qué se trata la democracia o, si lo entiende, que prefiere otro sistema institucional para la organización de la República.

La política, la política partidista, la lucha por el favor del electorado, la permanente movilización de los ciudadanos, son los modos en que se manifiesta la participación popular en el poder. Eso es, a fin de cuentas, la democracia: el gobierno del pueblo, por el pueblo.

La democracia es un sistema que se basa en una mecánica muy simple, el premio y el castigo. Si el elegido por el pueblo gobierna bien, es premiado. Si gobierna mal, es castigado.

Pero la condición para que este sistema simplísimo funcione adecuadamente y produzca las cosas que se esperan de él (mejoría de las condiciones generales de vida) es necesario que se respete sin restricciones su lógica.

Y ella exige el debate, el debate permanente, general, apasionado. La discusión, la controversia, la libertad de expresión, la libertad de asociación y las elecciones, muchas elecciones, cuanto más elecciones, mejor.

Cómo podría una sociedad resolver sus problemas sin discutirlos, sin analizarlos, sin organizarse para desarrollar tal o cual programa?

No podría. Al menos no en una forma democrática.

La Iglesia tiene, al parecer, una visión diferente del problema, derivada tal vez de su larguísima tradición jerárquica y dogmática. Ella supone que una vez elegidas las autoridades, los gobernantes quedan investidos de un poder y una sabiduría incontrovertibles, que requieren del sosiego que brinda la obediencia para desarrollar sus acciones.

Así funciona la Iglesia, pero eso no es, nunca ha sido y jamás será ni tendrá algo que ver con la democracia.

En la democracia los mandatos son condicionales y condicional es la confianza que hay en el elegido. En la democracia es posible, y a veces es necesario, revocar el poder de un mal gobernante y sustituirlo por otro.

          La tregua política que pide la Iglesia paraguaya solamente puede contribuir a deteriorar más la precaria institucionalidad democrática del Paraguay y nace de siglos y siglos de animadversión católica por la libertad y los derechos ciudadanos. 

 

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