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Según Jesucristo

Enrique Vargas Peña

05 de mayo de 2000

 

Estoy leyendo “El Evangelio según Jesucristo”, de José Saramago, un libro peligroso que, como los de Voltaire, escasean en esta cristianísima Asunción, que no por ignorar que es fundamentalista deja de actuar como tal.

         Este “Evangelio” apócrifo, es decir excluido de la Biblia - y de las librerías paraguayas - más por el provecho de los poderes fácticos que por la voluntad de Dios, relata el paso de Jesús por esta Tierra y cuestiona numerosas fallas que obran en los incluidos en la selección oficial de la Vulgata.

La Vulgata es la colección de libros que san Jerónimo y algunos colegas suyos decidieron que eran la Palabra de Dios, en el año 382, dejando al margen otra colección de obras, entre ellas el “Evangelio según los Hebreos”, que tuvieron la mala suerte de no convenir a tan oloroso Doctor de la Fe (en el año 374 Jerónimo fue persuadido de que el aseo era una forma de culto al cuerpo, modo de adoración que, como se sabe, el santo combatió con éxito en los desiertos de Calquis).

         No solamente hace notar este “Evangelio” de Saramago la injusticia de hacer matar a un inocente, Jesús, para expiar los pecados de los culpables; sino que pone en evidencia, casi en cada línea, la clase de ideas morales que, surgiendo del Pentateuco, informan incluso las más nuevas formulaciones de la doctrina cristiana.

          El Pentateuco, la Torah judía, es la reunión de los cinco libros que, según afirman los creyentes, Dios dictó a Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

         Por ejemplo, la idea de que la mujer fue creada principalmente para servir al hombre o la noción de que la crueldad evidente de este mundo no la repara Dios, como está en Su poder hacerlo, porque la impone sobre nosotros para cumplir algunos designios Suyos que son “insondables”.

         Este “Evangelio según Jesucristo” debería repartirse gratuitamente en las escuelas, para dar a los niños, a los que se impone la formación cristiana desde antes de que aprendan a decir mamá, la oportunidad de ver que hay otra visión del mundo y de los acontecimientos, distinta a la que les obligan a creer.

         En efecto, desde el bautismo, que se les administra sin preguntárseles y para condicionar las decisiones que puedan tomar posteriormente, los jóvenes del Paraguay son condenados a aceptar como indiscutibles cosas tales como que existe un Dios y que ese Dios, que permite la miseria de los niños de la calle al mismo tiempo que los abundantes éxitos de gente como el Sr. Wasmosy, tiene misericordia de nosotros.

         Cualquiera que se atreva no ya a negar esos dogmas, sino sólo a mirarlos, es tratado aquí como un paria, segregado, execrado, condenado, fulminado con anatemas, más sutiles pero tan efectivos como los que en el pasado llevaban a la hoguera a los que no aceptaban algún aspecto del cristianismo.

         Que este “Evangelio” de Saramago se pueda dar a conocer en esta cristianísima Asunción debe ser una de esas tentaciones que Dios suele sembrar para probar la calidad de Sus criaturas que, en materia de fidelidad al menos, tienen imperfecciones al menos tan obvias como la corrupción de los censores que dejaron pasar este ejemplar.

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