Brasil, Estados Unidos y
la crisis paraguaya
Enrique Vargas Peña
Funcionarios de diverso nivel de los gobiernos de Brasil y Estados
Unidos opinan, cuando son consultados por la prensa internacional, que el problema
paraguayo se debe a que nuestra cultura democrática es superficial.
En tales términos se expresó, por ejemplo, el canciller brasileño,
Lampreia, en una entrevista difundida esta semana por la cadena norteamericana de TV, CNN.
Los gobiernos de Brasil y Estados Unidos opinan como si ellos no fueran
responsables de la crisis paraguaya, como si ellos no hubieran contribuido de manera
decisiva a instalarla y agravarla, al menos desde 1996 hasta hoy.
La cultura democrática está perfectamente instalada en la sociedad
paraguaya. En los once años transcurridos desde el derrocamiento del general Alfredo
Stroessner, la conducta cívica del pueblo paraguayo ha sido ejemplar, comparable a la de
los más renombrados y famosos pueblos democráticos del mundo.
Sin embargo, Brasil y Estados Unidos alentaron a los poderes fácticos
paraguayos a despreciar al pueblo paraguayo, a sus pronunciamientos electorales. Brasil y
Estados Unidos avalaron todos y cada uno de los problemas por los que se terminó
despojando a los ciudadanos del Paraguay del derecho a elegir pacífica y
constitucionalmente a sus propios gobernantes.
Brasil y Estados Unidos no tienen altura moral, en consecuencia, para
hablar con ese dejo de suficiencia del canciller Lampreia con respecto a la cultura
democrática del pueblo paraguayo.
Esa actitud de brasileños y norteamericanos encubre, además, un
cierto racismo que, por supuesto, carece de justificación.
Lo que sí encontraron Brasil y Estados Unidos en el Paraguay son
poderes fácticos completamente dispuestos a desconocer la voluntad del pueblo;
privilegiados absolutamente comprometidos en la defensa de sus intereses particulares;
personas capaces de entregar el país para mantener su preeminencia no consentida por la
sociedad paraguaya, heredada del pasado autoritario.
Y habiéndolos encontrado, Brasil y Estados Unidos no solamente no
trabajaron a favor de asegurar la vigencia plena de las instituciones democráticas en el
Paraguay, no solamente hicieron todo lo que estuvo en sus manos para impedir que en
nuestro país se consolide el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, sino
que los apoyaron con todo el peso de su desequilibrante poder.
En esa tarea contaron con la colaboración plena e incondicional del
Vaticano.
Si la cultura democrática instalada en el pueblo paraguayo no ha
podido generar aún una institucionalidad democrática consistente, se debe, y en grado
superlativo, a la colaboración que Brasil y Estados Unidos prestan al autoritarismo en el
Paraguay.