La
primera movilización convocada por unas cincuenta organizaciones
unidas en la Alianza de la Sociedad Civil, realizada el 31 de
enero para protestar por los tarifazos y la política económica del
sistema de marzo fue un fracaso, llegando a reunir apenas a unas
trescientas personas.
Esto ha llevado a algunos voceros de la oposición a señalar
que el paraguayo es un pueblo de cretinos, fórmula acuñada por
Cecilio Baez, quien pasaba por ser liberal mientras esgrimía sin
vergüenza la idea que sustentó la acción de nuestro primer
tirano, Gaspar Francia (país de pura gente idiota); que
aplica con fruición el argaño-encuentro-wasmosismo (el
paraguayo no sabe elegir).
La verdad, por supuesto, es muy distinta.
Al no asistir todavía a las manifestaciones, el pueblo
paraguayo está expresando, simplemente, su profunda desconfianza
hacia cualquier forma de liderazgo que no le pruebe fidelidad. Tiene
derecho a esperar, pues ha sido estafado demasiadas veces por los
supuestos demócratas que ahora ocupan el poder.
Pero además, la movilización popular, la ocupación de las
calles y las rutas por el pueblo, no es el mero resultado de la
convocatoria de un liderazgo probado, ni de una situación social
potencialmente explosiva.
La movilización popular es el resultado, sobre todo, de una
buena organización. La organización demuestra, a su vez, la
eficacia del liderazgo con lo que este se proyecta, convocante, en
la sociedad.
Cuando la ciudadanía percibe falencias organizativas o
mensajes contradictorios, ve falta de liderazgo y, entonces, opta
razonablemente por no ir a exponerse para el lucimiento de algunos
improvisados.
La movilización popular es cosa seria.
Parece cierto que la desconfianza popular puede llevar a una
situación de decadencia crónica similar a la que ha conducido a
Haití a la triste situación en que se encuentra.
Pero eso no convierte a los haitianos en cretinos o idiotas,
ni lo hace con los paraguayos.
Los pueblos no son sino la suma de individuos que se mueven
en base a su propio interés particular. Mientras esos individuos no
sientan que obtendrán beneficios de la movilización, difícilmente
se moverán. Ni lo harán de buenas a primeras si la movilización
implica el riesgo de caer a una situación peor que la decadencia crónica.
Y con razón.
La gente solamente saldrá a la calle a sacrificarse cuando
la movilización sea convocada por líderes eficaces y con el único
fin de terminar con el sistema inaugurado el 28 de marzo de 1999, es
decir para recuperar lo que le han estado robando y para
reconquistar el derecho a elegir gobierno.
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