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Estrategia liberal

Enrique Vargas Peña

04 de setiembre de 2000

     

         La discusión sobre cómo debe el vicepresidente Julio César Franco cumplir mejor con el mandato que tiene recibido del electorado es central para la vida institucional del país y debería realizarse en términos tales que nadie se sienta agraviado por expresar cualquiera de los puntos de vista existentes sobre la materia.

         Numerosas personas bien intencionadas y completamente ajenas a los manejos que han existido en el país en el nivel jurídico, desean principalmente que esta discusión particular, y todas las demás que haya en lo sucesivo, se resuelvan de manera ordenada y pacífica.

         No les interesa tanto quién tiene razón, como que los diversos argumentos no les expongan a sufrir una prolongación de la inestabilidad o un incremento de la inseguridad.

         Para las personas comprometidas, de cualquiera de las partes en la discusión, esa posición es difícil de entender. Sin embargo, la ciudadanía tiene derecho a que las disputas que existen se resuelvan civilizadamente, sin agresiones, sin insultos, como si fuéramos una sociedad mejor.

         Esto implica un nivel de exigencia que muchas personas parecen poco dispuestas a aceptar, pues requiere renunciar a prácticas o lenguajes que se han hecho tradición y admitir que, en este juego en este lugar, también cabe la derrota, sin que ella convierta a los triunfadores en gente que no merece seguir siendo tratada con urbanidad.

Luis Ángel González Macchi ejerce la presidencia de la República no por voluntad del pueblo, eso ya se sabe. Su designación por la Corte Suprema de Justicia tiene aspectos harto dudosos, también se sabe. Pero todo demócrata debe admitir que casi la mitad del país consideró que lo anterior era plenamente aceptable.

Siendo esto así, tal vez sea el momento de revisar las posiciones, pues de eso se trata la democracia.

Eso explica mejor que muchas sospechas la estrategia que están desarrollando los liberales del vicepresidente Franco, a los que debe concederse el mérito de haber llegado a donde dijeron que lo harían.

El punto de vista de muchos de estos dirigentes no resulta simpático, indudablemente, pero no por ello deja de ser práctico. Y siendo práctico, no está divorciado de los principios elementales del sistema, aunque no sea todo lo puro que muchos esperan.

Reconocer esto no implica desconocer que el país está en una situación tan difícil que requiere realmente un gobierno ejemplar y que, dada la experiencia vivida, el de González Macchi difícilmente se transformará en eso.

Eso lo sabe el mismo Franco.      

           

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