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El país a sus políticos

Enrique Vargas Peña

02 de octubre de 2000

   

         Se confirman cambios importantes en el gabinete de ministros que supondrían abrir la posibilidad de un golpe de timón en la dirección de los asuntos económicos largamente esperado por los sectores productivos.

        Pero esos cambios no serán suficientes para evitar el colapso que todos los analistas vaticinan con extraña unanimidad, pues quien no se ha enterado del desastre, o si se enteró no se nota, es esa mayoría hegemónica de la autodenominada “clase política” que pesa más que los ministros en la dirección del país.

        No es justo achacar a la “clase política” sola los males que padece el Paraguay, pero sería menos justo aún admitir la tesis que sostienen algunos de sus miembros según la cual ella está exenta de mayor responsabilidad.

        La “clase política” tiene responsabilidad, y en grado superlativo, en la situación porque ella es, al menos desde 1991, la fuerza que ha incidido más en todo lo que se ha hecho o dejado de hacer en el Estado.

        El empresariado, que parece estar aprendiendo la amarga y dura lección que implícita en el paso por la actividad política de Guillermo Caballero Vargas y Juan Carlos Wasmosy, en el sentido de que su intervención directa, corporativizada, en la vida electoral tiene efectos deletéreos, pide a gritos que se le deje trabajar.

        Pide que las querellas propias de una democracia se conduzcan de manera democrática en el marco de la ley, para proyectar las necesitadas estabilidad y previsibilidad que no son posibles cuando hay trampas en los recuentos de votos, cuando hay proscripciones, cuando no hay “fair play”.

        Pide también que los caciques políticos dejen de usar al sector público como refugio de su clientela, porque eso cuesta más, mucho más, de lo que el país puede pagar.

         Y pide, sobre todo, que dejen de influenciar en la administración judicial, porque cuando van a los tribunales lesionan la seguridad jurídica que el país requiere imperiosamente.

        No se trata de establecer autoritarias treguas políticas, sino de actuar en el marco limpio del sistema democrático. Si los políticos no entienden el clamor que se eleva desde todos los puntos del país, no deben sorprenderse después de la pésima imagen que tienen entre los ciudadanos. 

 

   

 

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