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Política económica

Enrique Vargas Peña

02 de agosto de 2000

         

       El gobierno está pidiendo una ley de emergencia por la que se le otorgarían poderes extraordinarios para hacer frente al colapso fiscal en ciernes. Pide más poder como si no hubiera tenido, al menos hasta febrero de este año, la plenitud del poder, y para resolver problemas que no hubiera provocado él mismo.

        El gobierno inaugurado el 28 de marzo de 1999 se inició, como se recordará, con la coalición de los tres principales grupos del Congreso, los argaño-wasmosistas del partido Colorado, los liberales y los encuentristas y entre ellos reunían más de dos tercios del quorum en cada una de las cámaras del Congreso.

        Pero además, se inició montado en una oleada de histeria colectiva organizada por la Iglesia Católica y por los medios de comunicación afines (Noticias, Ultima Hora, Canal 9, Canal 13, Radio Ñandutí, etc.), que dio al Poder Ejecutivo carta blanca para deshacerse en forma violenta de cualquier atisbo de oposición y de establecer un clima general de intolerancia política que se traducía en su dominio omnímodo y autoritario de la situación.

        Y por si faltara algo, descabezaron el Poder Electoral y terminaron la tarea de sumisión de los tribunales con lo que las fuerzas que alentaron el golpe de ese día (28 de marzo), tenían más poder que cualquier otro gobierno de la historia paraguaya al menos desde 1967.

        Al tomar el gobierno, estas fuerzas encontraron un país medianamente ordenado. En crisis, pero medianamente ordenado.

        Hoy, un año y medio después, los resultados del cambio no podían ser peores. El déficit fiscal se ha disparado sin control debido a la política de compra de clientela que se ha usado desde el Estado, así como de irresponsabilidad en las contrataciones y pagos y en la falta de cualquier política de desarrollo.

        La gestión de este gobierno todopoderoso, que tenía todo para ordenar el país, ha consistido en destruir todo cuanto ha encontrado a su paso, incluido el ya escaso control paraguayo sobre la represa de Itaipú.

        La ineptitud, por señalar solamente lo menos, de este gobierno es antológica, se mire por donde se mire cualquier campo de su acción. Su paso por la historia es una catástrofe mayor que un terremoto o un huracán. Los daños que ha causado son difícilmente mensurables.

        Y ese mismo gobierno pide ahora más poder para abusar, ya sin recato ni límite, de esa ineptitud con la que ha hundido al país.

        Las cifras son elocuentes. Son las cifras que el propio gobierno ha elaborado. Ellas no pueden disimular la magnitud del desastre ni disminuir la responsabilidad de sus autores.

        Lo que el gobierno debe hacer, si tiene un dejo de patriotismo, o si al menos queda algo de decencia personal en alguno de sus integrantes, es irse, cuanto más rápido mejor y dar a otros la oportunidad de sacar al país del marasmo en que lo ha metido.

       

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