El
mundo asiste atónito e impotente a los crímenes de lesa cultura
que están cometiendo los curas afganos en su afán por satisfacer a
Dios: han iniciado la destrucción de todas las estatuas de Afganistán
por estar la estatuaria condenada en los libros santos.
Así están cayendo bajo las hachas o los cañonazos obras
milenarias, que has estado allí desde siglos antes de que los
profetas de la locura revelaran las religiones con las que se oprime
al género humano y que son parte del patrimonio cultural de la
humanidad.
Desde luego, es sabido que la religión y la cultura son
enemigas irreconciliables y que los únicos períodos en que
colaboran es cuando se relaja el celo religioso.
Pero el hecho que importa al Paraguay de estos crímenes
afganos es otro: cómo la dinámica autoritaria conduce
necesariamente a los regímenes tiránicos a intentar aislarse del
mundo, para cometer sus desatinos libremente, y cómo a mayor
aislamiento corresponde mayor barbarie.
Las últimas declaraciones, ya comentadas, del ministro de la
Corte Suprema judicial, Luis Lezcano Claude, descalificando el
informe que sobre la situación de los derechos humanos en Paraguay
publicó el Departamento de Estado de Estados Unidos, son un síntoma
preocupante de que la tendencia autoritaria al aislamiento se
encuentra operando ya a plena marcha en Paraguay.
Cuando se recuerda cómo eran recibidas las críticas
internacionales en los tiempos de la dictadura de Alfredo Stroessner
y el círculo de autoalimentación entre aislamiento y radicalización
que caracterizaron los últimos tiempos de aquel régimen, se
observa con claridad de qué se trata esta reacción de Lezcano
Claude.
Un régimen necesita aislarse cuando requiere cometer abusos
que le posibiliten sobrevivir. Allí está no solamente el caso de
Afganistán, sino el de Birmania o el de Libia.
El régimen paraguayo nacido el 28 de marzo de 1999 y
presidido por Luis Ángel González Macchi requirió de la represión
que se señala en el informe norteamericano para instalarse y para
consolidarse y ahora requiere más represión para sobrevivir al
descontento que su existencia genera.
Lezcano Claude, uno de los hombres clave del régimen, sabe
que no podrán hacer lo que necesitan para sobrevivir si es que
existe una influencia fiscalizadora externa y por eso hace ese
llamado al nacionalismo excluyente que descalifica cualquier
observación externa.
Si tienen éxito, Lezcano Claude y sus cómplices terminaran
no lejos de los curas afganos, tal vez no destruyendo estatuas, pero
sí pisoteando los monumentos de la cultura occidental que son el
Estado de Derecho y la libertad.
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