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Establemente inestables

Enrique Vargas Peña

01 de noviembre de 2000

  

La sociedad medieval europea, entre los siglos V y XIII, era estable, en el sentido de que las instituciones y costumbres que la rigieron cambiaron apenas. Lo mismo puede decirse de la sociedad china hasta el siglo XIX y de la sociedad egipcia, entre los siglos XX y III antes de Cristo.

         Pero eran estables también en el aspecto de ser incapaces de proveer progreso económico significativo a sus integrantes, quienes vivieron en un mismo nivel de ingresos por generaciones y generaciones, en una especie de empantanamiento perpetuo que se llegó a considerar como el orden natural de las cosas.

         Un grado más abajo están las sociedades que son estables en su decadencia. Cambian poco sus instituciones y costumbres, salvo en la degradación lenta pero permanente y el deterioro de su vida económica es crónico pero generalmente imperceptible en el día a día.

         Es el caso de Haití, los países subsaharianos de África y algunos países del Oriente (Pakistán, Birmania). La sociedad romana entre los siglos III y V es un caso clásico, aunque un tanto más acelerado.

         Estas sociedades estables en su decadencia, presentan un curioso cuadro en el que es seguro que los gobiernos son inestables. Es la estabilidad de la inestabilidad. La inestabilidad de sus gobiernos es tan previsible como su decadencia y sus matrices institucionales y culturales. En cierta forma, la inestabilidad gubernamental se convierte en una parte permanente de la vida nacional.

         Hay muchos síntomas que permiten suponer que el Paraguay se encuentra en un estadio semejante, estable en su decadencia. Uno de ellos es la falta de fuerzas sociales capaces de impulsar un cambio. El cálculo político produce siempre en las fuerzas sociales paraguayas el mismo resultado: les conviene más mantener el status quo. Son tan débiles que no pueden oponer a los intereses en juego más que su resignación.

         Se han establecido, casi espontáneamente, mecanismos coercitivos que impelen a la conformidad.

         Desde el punto de vista histórico, solamente un cataclismo podría modificar este orden de cosas, pero si el cataclismo no se produce, por cualquier razón, es probable que se termine como acabaron los habitantes originales de la Isla de Pascua, degradando tanto su existencia que cuando los encontraron era incomprensible lo que habían hecho.

          La existencia de un mundo globalizado, que interviene a pesar de nosotros en nuestras vidas, no lo hace hasta el punto de forzar el cambio, sino, sólo, lamentablemente, para evitar el desorden. Sus maravillas tecnológicas y científicas producen en nosotros la falsa sensación de estar acompañando el movimiento del mundo, cuando en realidad nos estamos quedando al margen. 

   

 

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